en la retaguardia de la hora muerta.
El ojo gris de un hombre hermoso,
la dádiva del agua fría
sobre las huellas disimuladas;
apenas un niño que fantasea
con comprarle al chino una enorme tijera
y rastrillar el mundo material
con su pistilo fecundante.
Queremos, bajo polvo y madera,
descifrar el drama de los pasillos
de las torres que fueron cárceles
donde se tallaron
los ojos siniestros de los locos;
hinchar de aire los monumentos
y el silencio canalla
que se azota contra los que aprenden.
Porque están rotas las vallas,
al tronar, bajo la bota,
los vidrios espigados del pensamiento.
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