por las manos blancas del
hijo del Parnaso.
Las bocas graves de la
afición
gritan que la noche está
muerta
pero esperan sorprenderse de
un pez
y de un hombre moribundo.
En otro tiempo,
un viejo renuncia a la gloria
triste de los cementerios,
traga la saliva amarga de la
sinceridad
y abre al sol el click de la ventana.
Afuera,
los pájaros adormecidos ven
crecer, a las lomas,
un castillo
donde los hombres
a causa del rayo
sus botellas reposan al
silencio.
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