Habría que desconfiar de las explosiones.
Habría que temer al sol-cara-pálida y de la fotosíntesis que no sirva para
liberar oxígeno. Habría que desconfiar de la voz, del genio, de las
generaciones, de las sonrisas invisibles de los maniquíes y de los
fertilizantes. Hay que desconfiar de los booms.
El
oro cuando es oro, brilla. El sol, cuando exhala la luz azul, se llama noche,
se llama luna, se llama Ska-Jazz Club.
Desconfiemos del clímax, no desconfiemos de las sombras ebrias que se arrastran
en las terracerías. Nunca quisimos ser maquilas de botones ni ensambladores de
robots.
J.
Andrés Herrera es ahuatepeño y es mi carnal. Primero conocí su poesía y luego
lo conocí a él. Éramos morros y creíamos que lo que decíamos importaba para algo
“y así un día/te viene la ocurrencia/de querer ser poeta (…)/amanecemos con la
órbita deshecha.” Él me llamó fuera del café donde presentábamos una de las
tresmilyunchingo revistas de jóvenes escritores.
—Qué pedo con toda esta banda, no los
entiendo. –me dijo.
Yo ensayé una respuesta
que pudo parecer interesante. Nos dimos un toque en la calle y regresamos a
creernos especiales.
—Somos especiales. —diría
un tocayo que tengo perdido en el mundo.
Una niebla azul cubre
los bares cuando Andrés lee. Su libro, Cuernavaca
Ska-Jazz Club, cotorreábamos, es como un disco de éxitos noventeros del
Buki o Genitallica. Sus mejores poemas, pues, entre los que hay que hablar de
“Eso que revienta”, “Poema de Cuernavaca”, “Sobre todos los besos que no le di
a Ximena” y “Para un blues en Ahuatepec”, son musicales, sinestésicos, si se me
permite la mamada, poemas íntimos y crudos.
La poesía de Andrés nos
mueve a los cuernavacos porque toca algunas fibras sensibles de nuestra
identidad. Somos los habitantes de una ciudad prostituta, una ciudad que es
casi una capital y casi un rancho, un vientre mítico que cuenta historias de
otros habitantes, otras conquistas y que en los tabiques de su arquitectura
rota, la corrupción de sus gobiernos, la perversión de sus lugareños y su
imponente naturaleza, como una enredadera de metal y de espinas, nos recuerda:
los cuernavacos no nos sentimos de esta tierra, pero de esta tierra somos;
Cuernavaca, aquí crecimos, diría Andrés, como “un caballo herido en tu vientre”
y nos morimos contigo igual que “flotas y llueves y no entiendo dónde cae el
agua/ni para qué la cólera consume la basura de las calles/y tapa las
coladeras, y te enlodas, y te sacias y ya no me necesitas/pero, en tus calles
de vapor/el arlequín lava su cabello rojo como granada.” El valor más sutil de
la poesía de Andrés es que, a pesar de hacer trastabillar nuestra identidad, no nos
escribe un manifiesto ni una poesía mítica que nos regrese al panfleto
del “todos nosotros”. Su poesía no es experimental, no juega con la forma ni se
refugia en la métrica como postura contra la decadencia; su poesía es bien
pinche sincera y por eso le gusta a la gente. No hay muchas formas de defender
el verso libre cuando no es crudo, hip-hopero, sucio. Andrés me ha mandado a la
mierda tantas veces como me lo he merecido y me ha hecho el paro tantas veces como le ha sido posible. Existen
personas que son metáforas de la oscuridad y la luz, igual que el gas y la
miel andan como agua turbia entre nosotros.
Si
desde esa tarde roja en que fumamos y nos sentimos algo, ha cambiado el perfil
de las letras en Morelos, nadie lo ha dicho y es mejor que se quede así. Por
aquí andan por lo menos tres vertientes literarias: la de los poetas épicos,
auténticos superhéroes que tienen por ética, discurso y práctica la retórica de
los derechos humanos; los poetas líricos, que tienen por disciplina la
escritura de la experiencia, en la que se antepone la vida explícita en las
ciudades, la violencia, el oficio del escritor, el sexo, las morritas, los
morritos y las drogas; y la tercer vertiente, discreta en su poética pero firme
en su diplomacia, que tiene lugar en las instituciones oficiales de cultura y
en ciertos nichos de centros culturales y galerías.
Pero el Cuernavaca Jazz-Ska Club está lejos de
ser el poemario de nuestra generación y está más o menos limpio de estas
tendencias. Si algo nos define como millenials
es que nos cagan las generaciones y desconfiamos de todo y de todos. Tampoco me
atrevo a decir que es el poemario de nuestra ciudad. Es un escrito de la
experiencia en los ojos de un vato que no pretende colgarse la corona de plata,
el delirio de un desconfiado, un paranoico, un pinche loco. Andrés, por
supuesto, lo negaría.
Este poemario SÍ, en efecto, es
una reescritura inconsciente o manipulada del mundo verosímil. Este poemario y
toda mi obra SÍ son cantos frenéticos de amor, a los amantes y los psicóticos
que trastornan al mundo. La entidad “toda mi obra” SÍ es una categoría
trascendental, sublime, revolucionaria e incomparable. Mi vida SÍ es El poema
de mi vida; después, yo soy un mártir de la poesía. Este poemario NO encaja con
ninguna de las categorías precedentes, ni siquiera con la de “mi vida”, es
incomprensible mas es posible, por eso, merece diez mil aplausos y el debido
respeto y temor cuando se enarbola en el silencio: YO. (Introducción a Cuernavaca Jazz-Ska Club)
Los dejo un trago entero de “Eso que
revienta”, porque qué hueva los adjetivos. Que hable la poesía y que el
micrófono se lo quede Juan Andrés, para que le escupa.
Eso que revienta
a Tajo, a Mónica y a Los Hispánicos
Debería narrar las cosas del alma, pero me dieron la
lengua.
Quería liberarme como místico a través del poema,
hacerme un poeta-bomba en medio del zócalo para matar a
Lentejo Manda.
No, ya no tengo estas palabras acá.
No me basta reinventar al mundo:
este cuadro hinchado de pintura verde,
alumbrado de tintura de televisión,
de albahaca y nísperos, de pared de ladrillo,
de segmento urbano rumbo a Tepoztlán, ¡no me basta!
Gritaré que tenemos la mala costumbre de ser poetas,
de ser bombas y místicos drogadictos y poetas;
que no me siento mexicano, ni ruso, ni ahuatepeño (a veces
guayabo).
Ahí donde el gallo canta y yo no soy indígena, ni güero, ni
rojo
me han torturado desde que tengo su idea de infancia acá en
el pecho y no estalla.
No importa, damita, caballero, acá le va el cuento:
Yo no soy poeta.
Soy el fuego, eso que revienta: tapu, ma, pam, can, chán,
recio como parvada de guajolotes,
urgente de jazz y mota, escandaloso, oiga nomás.
Yo tengo este fuete amarrado al brazo.
Reviento cráneos, despunto el alba,
tengo un arco devastador, detono rifles, estallo cuerpos.
Las niñas vienen y me piden un helado.
(Esa tarde yo ya no estaba ahí.
Los camiones de Atlixco se metieron al nirvana
y lejos se escuchaba una canción de Real de Catorce
«eras tú o era el sol…»
y el cuarto era una lámpara de gas, lleno de energía
fluyendo.
«…o ese rayo que emanó de ti»
Ella ardía como beso de ginebra.
Su pecho era el sonido de una cueva:
Mar
y silencio
….
Mar y silencio
….)
Nunca más explotará mi pecho esa imagen de mujer y cuarto.
Soy un hombreverso, poeta-bomba, fundamentalista del
verbo;
pero ríase, qué mis cuadernos ni qué ocho fieras tristes.
Yo soy eso con lentitud de cuerpo devastado por muertes y
paranoias,
por desvarío de no ser Humano envuelto en llamas,
quemando la receta de la vida exacta y civilizada.
Después del asesinato de los silencios, quedó un lugar con
fuego.
Tenía un cuerpo y era niebla de luz, cueva sin colores,
casa de ciegos.
Miré dentro y nos quedó un universo carente de sentido.
Mira, mujer, te entrego el universo vacío.
Llénalo de tu risa.
Llénalo de este pecho; tu mi su nuestro amor de todos.
Dile con tu boca «cuerpo» y haz una aurora boreal.
Nombra «canto, ballenas, pasto» y gira, vuela conmigo.
Trae de nuevo incendios Quémame la boca Tómame de la
espaldaAarañazos dime que somos lo que somos, esto que sentimos, que nostamos
divididos, questamos vacíos Llámame humano, orquídea, cerdo, luz, fuego, verso,
rama, poeta y dime que sentimos poesía aunque lo llamemos miedo, dime que
poesía es el ansia; dime que subirse al tren y desgajar al mundo, poco a poco
para no quebrarse, es poesía.
Llámame despacio Dame verde, jade, piedra, hueso Dame
luces, agua, truenos Dame tierra, clávame la obsidiana, embriágame en Sake,
destiérrame de Estambul, aviéntame al Mar Rojo, grita mi nombre en Tlayacapan,
cállame en Tenochtitlan, sóplame desde Neza o Asunción, en cualquier calle
donde extrañar a los patas de Lima.
Hazme sentir que algún día estaremos más cerca
Dime que aquello era una espera,
que así el universo aguarda a que le pongamos nombre
Que nos deseaba el silencio
Y nómbrame
Trata de darle forma a esto
Dame un sentido
Dime
que
sigo
cuerdo.
Les dejo, igual, un par
de links para que escuchen un poema en voz de Andrés y otro en voz de Elizabeth
Larráñaga.
Cuernavaca
Ska-Jazz Club fue publicado en 2015 por Editorial Mantra
en la colección “The Suicide Swallow” con ilustraciones de Pris Miranda y
corrección de Ximena Cobos.
Blog de Andrés: http://poesiamaconha.blogspot.com.
FB de The Suicide Swallow: www.facebook.com/TheSuicideSwallow.
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